Quisiéramos estar felices todo el tiempo, sonreír a pesar de las circunstancias, mirar la vida con liviandad, no preocuparnos en nada de tantas cosas junta que tan solo nos causan estrés. Pero la realidad es otra, y aunque tratemos de ser fuertes, realmente no siempre lo logramos, llegan esos momentos donde sentimos la carga de la faena cotidiana; aquellas metas que no hemos podido lograr, las cosas no han salido como deseamos, y tantas situaciones que, en un momento determinado, nos invade una profunda tristeza, muchas veces sin haber un objetivo en específico.
Y es que la tristeza no nos pide permiso cuando quiere llegar, simplemente llega sin tocar la puerta, y es cuando se batalla contra aquellos sentimientos que van en contra de la manera en que hemos sido instruidos. La mayoría se aferra a llevar una vida en la que la felicidad y el positivismo reinen; pero, no hemos sido educados para sentir tristeza, por ello desconocemos sus beneficios.
¿Quién dice que la tristeza no tiene cabida en nuestra vida? Hay que sincerarnos con nosotros mismos, ya que la tristeza es una parte importante para nosotros; es un sentimiento que también se necesita, ya que incluso nos ayuda a crecer. Si aprendemos a sentir esta emoción, es probable que la controlemos; de nada servirá que la rechacemos o la reprimamos. ¡Es mejor encararla!
Quizá llevamos una vida en la que la felicidad y el positivismo reinan en nuestra mente, pero, al encontrarnos en situaciones de estrés y frustración, quedamos vulnerables a padecer una de las emociones que tienen gran peso y en ocasiones no podemos controlar: “la tristeza”. Esta emoción tiene el poder de transformar todos nuestros bellos recuerdos en un panorama de nostalgia. La mente es muy poderosa, pero también es muy peligrosa; por tanto, todos tenemos un concepto bastante malo de la tristeza, y al identificarla, en ocasiones cometemos el error de bloquearla.
Desafortunadamente, la mayoría no sabemos lidiar con la tristeza, parece que esta emoción está prohibida sentirla y vamos siempre en contra de la corriente de ésta. ¿Cuántas veces hemos visto que las personas “ahogan” su tristeza en copas y bailan? Según ellos, porque quieren aparentar que están felices. Este tipo de conductas en ocasiones se llevan a cabo de manera inconsciente, es como un mecanismo de defensa que se prende en automático para evitar sentir emociones negativas.
Las emociones tienen el objetivo de hacernos sentir; nos enseñan a encontrar la habilidad para poder controlarlas, es un proceso natural que se vive tarde o temprano, muchas o pocas veces; en definitiva, no es bueno negarlas.
Sentir que nuestro interior se resquebraja nos hace plantearnos cuestiones que antes ni siquiera contemplábamos. Así, resulta curioso cómo nos desnudamos cuando más frío hace, como rasgamos nuestras vestiduras en nuestra búsqueda de una felicidad que nunca llega porque, en sí misma, la tenemos mal conceptualizada. Somos de extremos y, por lo tanto, no nos permitimos más que el fuego abrasador y el frío intenso. Ahí radica el problema.
Es importante conocer que cada emoción provoca reacciones fisiológicas y motoras que desencadenan una determinada respuesta. Enfocándonos a la tristeza, es común que nos haga lucir un cuadro de inactividad y desmotivación, un aumento de actividad cardiaca y neurológica. En sí, la tristeza tiene como función hacer que se reflexione y se analice tras una pérdida o un fracaso; ayuda a ahorrar energía tras un momento de desgaste, o bien, para pedir ayuda.
Se vale estar triste a veces, se vale estar rotos de vez en cuando. No es necesario que seamos las personas alegres que todos quieren, ni esos que siempre sonríen y tienen ganas de hablar con los demás.
Es válido que dejemos que el corazón llore hasta secarse. Es humano, es real. Lo contrario, obedece a la tiranía del optimismo excesivo, promueve la represión emocional, el encierro de uno mismo, el secuestro de nuestras vivencias…
Abrazar la vida, ser conscientes de que nuestras emociones negativas no tienen que ser, por definición, insanas. Que la tristeza, el enfado y la frustración nos ayudan a caminar, a enfrentarnos a lo que nos duele, a hacer una búsqueda de nuestro sentido de la realidad. Si abrazamos nuestras emociones y les damos la mano a través de los pensamientos y de los comportamientos, tomaremos una decisión que fundamentará nuestro crecimiento toda la vida. ¿Qué decisión? La de respetarnos, aprender de nosotros mismos y seguir caminando con el calzado adecuado sea cual sea el sendero.
