En esta época en que se cuentan m uy pocas buenas noticias, todavía hay espacio para aquellos que, a pesar del infortunio, y en medio de su desgracia todavía encuentran palabras de ánimo para aquellos que sufren a nuestro alrededor.
Se cuenta que Don Eústaquio Rivera, que en paz descanse su alma, era un hombre sumamente imaginativo. Aunque algo tímido, se las arreglaba para motivar a los demás. Don Eústaquio Rivera siempre tenia una sonrisa para ofrecer, siempre ofrecía una palabra de aliento al que fatigado estaba. ¡Siempre es refrescante tener personas positivas y soñadoras alrededor nuestro!
Un día, Don Eústaquio Rivera tuvo que ser hospitalizado de emergencia. Su cáncer estaba en las últimas etapas de desarrollo. La quimioterapia y los muchos medicamentos nunca pudieron apagar su sed por la vida. Don Eústaquio Rivera era bien conocido por los médicos, enfermeras y todo el personal del hospital regional. El Dr. González decía que “Don Eústaquio Rivera es una verdadera inspiración para todos,…por eso cuando viene lo ponemos cerca de los pacientes que sufren mas durante su hospitalización.” El lugar preferido por él era una cama junto a la ventana.
Esa noche, trajeron a su lado a un joven que había sufrido un terrible accidente en su motora. Tres días después, el joven vino a despertar del estado de coma en que se encontraba. Con mucha dificultad el joven comenzó a hablar algunas palabras. Al darse cuenta de que se había roto dos costillas y fracturado las dos piernas, el joven no cesaba de llorar. Su dolor era inmenso. Lo más que le dolía era que nadie lo había venido a visitar. Este joven vivía apartado de su familia por muchos meses, no tenía amigos, siempre andaba solo.
A los pocos días, el joven comenzó a hablar mas coherentemente y dirigiéndose a Don Eústaquio Rivera le preguntó que era lo que el miraba por la ventana. “Parece que usted se esta divirtiendo con lo que ve”. “Por favor, dígame que es lo que esta allá afuera que yo no me puedo mover”. Don Eústaquio Rivera, comenzó a describir al joven todo lo que el veía. Le decía que desde la ventana se veía un pequeño parque al costado del hospital, con lindos árboles y muchas flores. Don Eústaquio Rivera le comentaba que se veían muchos niños jugando distintos juegos con otros niños y a sus padres cuando los venían a recoger a una escuela que se encontraba justo al otro lado del parque.
Por casi tres meses, Don Eústaquio Rivera le contaba al joven las distintas cosas que pasaban en el parque. Le contaba cuando hacia sol, cuando llovía, cuando se acercaban al parque parejas de enamorados, le contaba acerca de los distintos personajes que adornaban con su presencia aquel panorama. En ocasiones las enfermeras escuchaban al joven reír a carcajadas por las cosas que Don Eústaquio Rivera le contaba. El estado de ánimo del joven había mejorado significativamente, ya no se le escuchaba llorar sumido en una profunda depresión. Los médicos auguraban que su estado de ánimo estaba favoreciendo su recuperación.
El joven le decía a Don Eústaquio Rivera, “no se apure,…cuando yo me pueda mover…cambiaremos de cama…y yo le contare a usted en vez de usted a mi’. Don Eústaquio Rivera sonreía, mientras que de buen ánimo le continuaba contando las cosas que se veían por la ventana de aquel hospital.
Una noche, Don Eústaquio Rivera empezó a debilitarse, su cuerpo comenzó a desfallecer. Esa misma noche, Don Eústaquio Rivera murió mientras dormía. No se quejo, nadie lo oyó, Don Eústaquio Rivera murió en su sueño como un pajarito. Al amanecer, el joven despertó y se percató de que Don Eústaquio Rivera ya no estaba en cama. Sin que nadie se lo dijera…entendió que Don Eústaquio Rivera ya se había ido,…ya se había ido para siempre.
El joven sintió un gran vació, profundo e indescriptible. Su depresión parecía que quería regresar. Su progreso había sido casi milagroso. Los médicos no querían que el joven retrocediera. Por tanto le ofrecieron moverlo a otro piso, con pacientes de condición física y emocional mas mejorada. Pero el joven no quiso. Solo pidió que le dejaran reposar los últimos días de su convalecencia en la cama que ocupaba aquel a quién llego a considerar como su mejor amigo. Los médicos, luego de un poco de claudicación, accedieron a complacer al joven. La cama que siempre uso Don Eústaquio Rivera durante sus hospitalizaciones era la cama que ninguno de los pacientes quería. Finalmente, con un poco de ayuda se le permitió a joven a moverse a esa cama. Cuando el joven fue puesto sobre la cama y alcanzó a mirar por la ventana….luego de quedarse perplejo por un largo rato…comenzó a reírse como lo hacia con Don Eústaquio Rivera. “Ahora conozco mejor a Don Eústaquio Rivera,…ahora sé la clase de persona que fue….ahora le quiero más que antes…él ha sido la mejor persona que he conocido en toda mi vida”. Junto a la ventana…sólo había una inmensa pared de ladrillos….pero Don Eústaquio Rivera pudo ver en ella lo que este joven necesitaba para poder animarse y salir de su fuerte estado de depresión. A la mañana siguiente trajeron a otro joven que había sufrido un accidente en el trabajo. Este joven se encontraba sufriendo un fuerte dolor. Mirándolo compasivamente por un rato…el joven, desde la cama de Don Eústaquio Rivera comenzó a contarle “las cosas que veía por la ventana”.
Las opiniones vertidas por Waldemar Gracia no reflejan la posición de la Voz Hispana. Nombres, lugares y circunstancias han sido alterados para proteger la identidad de los personajes citados en la historia.
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