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Tía Julita:
Quiero enviarles un saludo cordial a mis amigas desde una estación Shell donde vendemos cosas con demasiada azúcar malas para los niños, jóvenes, adultos y viejitos. También todo tiene demasiado sodio lo cual sube la presión. Por allí está la causa del sobrepeso, la presión alta, la terrible diabetes y el crecimiento descomunal de las asentaderas que nos impiden ir a la playas en estos tiempos de calor tan excesivo como el costo de la gasolina. Yo no podré usar tangas ni bikinis.
Soy una muchacha del sur de Hartford, ciudadela a la que nos mudamos hace algunos años desde New Britain porque mi distinguido esposo es fuerte como un toro y en el barrio le llaman Masa. Dicen que tiene músculos hasta en el cerebro, pero es que la gente es envidiosa y exagera. Rocky quería ser policía, pero como no es blanco, lo miraron de lado, le hablaron estrujado, se ofendió y decidió probar suerte por acá en la ciudad capital donde hay también conciertos de verano en los parques Bushnell y el de Elizabeth Park. Recomiendan el uso de máscaras y el distanciamiento.
Le escribo para abrir mi pechito y mostrarle una llaguita de mi corazón. Antes de la Pandemia, a veces nos aburrían y provocaban alergias las campañas políticas para las elecciones de los integrantes de los comités del pueblo, de alcaldes y de los concejales. Ahora tía, todo ha cambiado y con mi esposo echamos mucho de menos las visitas de Ramón, su esposa, Luis y Pichón, además de los panfletos y las fotos de los candidatos que siempre aparecían sonriendo, aunque ya elegidos no les veíamos nuevamente la careta.
En cada periodo de elecciones no sentíamos acompañados y fíjese usted y sin exagerar, a cada rato me tocaban la puerta, comenzaba a ladrar de un modo desaforado mi perrita chiguagua, cacareaba un gallo quien es mi mascota importado desde Puerto Rico, y debía ponerme rápido una batola porque a mi me gusta andar cómoda en la casa y medio calata.
Desde mayo, sino antes, venían todas estas personas algunas para mi desconocidas, comenzando con un bla-bla-bla que, aunque a veces era interminable y tan aburrido como bailar un comercial de la WRYM, entretenían el alma. No había todavía máscaras ni vacunas contra la Alfa, la variante Beta ni la Delta que anda por allí.
Los visitantes podían llegar al mediodía o cuando mostraban por Telemundo mi telenovela preferida llamada “El encamado virulento,” y el programa de noticias, “Sépalo todo y gócelo suave” y yo no les podía abrir.
Como toda esta gente hablaba casi de lo mismo, me atreví a grabar con mi celular los diálogos y las recordadas técnicas para lamer el ojo de los votantes.
Lea para que no le cuenten.
Los invasores: (así les llamaba): ¿Cómo estás mi amol? mira que lindo el perrito, hummmm así es que tienes un gallito, y que preciosa la batola. Se parece a una de la tienda de Un dólar ja-ja-ja. ¿Estabas durmiendo?, lo digo pues tienes el pelo tan revuelto como un asopado de fetuccine, ja-ja-ja.
Yo: ¿Y en que les puedo servir? Estoy por irme a misa (con una voz bien seca que una pasa pues no me gusta cuando desconocidos toman confianza).
Los Invasores: Nada, nada muchacha, somos los lideres indiscutidos de la comunidad y te vamos a resolver TODOS los problemas tanto los de ahora como los del futuro cercano. Yendo al asunto porque te veo con cara de pregunta, necesitamos nos firmes esta planilla para así ir en la papeleta, en la linea Zeta, y así sacar de sus puestos a la gente de ahora.
Tía, mucho me fastidiaban, pero dejaban algo positivo. Yo firmaba unos papeles y así se iban.