Hace doce meses, la ultraderecha republicana intentó poner un broche de oro a un plan que surge después de la comprobada y obvia derrota de Donald Trump el tres de noviembre de 2020.
Desesperados por el poder y el dinero que se les escapaba de las manos; Rudolph Giuliani, abogado personal del expresidente y otros siniestros personajes tales como el ex coronel de ejército Phil Waldrom, Mark Meadow y el neonazi Steven Bannon, entre otros, amasaron el Gran Embuste: “el presidente no perdió la elección, sino que se la robaron.”
Esta fue la consigna breve pero efectiva retransmitida con elocuencia en todas las demostraciones de Trump acompañada de su lema de campaña “Hagamos a América Nuevamente Grande.”
El embuste se repitió incesantemente en las conferencias de prensa republicanas, en los medios de comunicación y las redes sociales. Los tabloides tales como el New York Post dedicaron portadas constantes denunciando el supuesto robo electoral.
La causa y efecto de esta patraña y sucio embeleco se convirtió de fantasía en verdad: “yo soy el presidente y tengo los votos,” e inspiró al racismo republicano a movilizarse de una manera organizada, permanente y con mayor empeño desde el sábado 7 de noviembre de 2020 cuando en pueblos y ciudades de Connecticut la peligrosa engañifa se repitió y repitió.
Los republicanos racistas que usaron a un fanfarrón ignorante como estandarte de lucha tenían apenas unas semanas para poner en práctica el desesperado plan maestro que les permitiría retomar el poder creando una crisis institucional de peligrosos alcances para la permanencia de la democracia.
De este modo la movilización de miles de fanáticos racistas que avanzaron el seis de enero del 2021 aparentemente de un modo pacifico hacia el Congreso, se fue convirtiendo de acuerdo a un minucioso y bien estudiado plan, en una ofensiva que arrolló a la guardia del palacio del Congreso donde en una simple ceremonia simbólica se aceptaría la decisión de los colegios electorales de los 50 estados, dándole la victoria al demócrata Joseph Biden.
Todos fuimos testigos del feroz ataque llevado a cabo por fuerzas especializadas que portaban armamento en sus mochilas y que, con destreza propia de militares, escalaban la entrada del palacio legislativo buscando secuestrar al presidente Pence para obligarlo a negar la validez de los votos emitidos, e incluso asesinar a la presidenta de la Casa de Representantes Nancy Pelosi para así descabezar la democracia.
El todavía presidente Donald Trump, un peligroso y cobarde narcisista, tenía como tarea arengar a la turba e incitar a la revuelta e insurrección -en la que afirmó que el participaría- fue acompañada por las arengas de Giuliani y del hijo mayor del expresidente.
La perorata de Trump, de acuerdo a la investigación que lleva a cabo la Casa de Representantes, incitó a los que protestaban a “luchar hasta lo último para defender su triunfo robado por los demócratas” y allí comienza la parte “B” del plan de golpe de estado con la violenta invasión del palacio del Congreso, la agresión a miembros de la policía, e intentos de secuestrar a los congresistas reunidos que tuvieron que atrincherarse para escapar del ataque.
Curiosamente, aunque era obvio que la invasión era llevada a cabo por sujetos especializados en estas tácticas poniendo en peligro la democracia de los Estados Unidos; la ayuda solicitada por congresistas republicanos y demócratas de efectivos de la Guardia Nacional, fuerzas adicionales de la policía o del mismo ejercito no llegaron sino hasta muy tarde. Trump jamás acogió este llamado por ayuda militar de emergencia.
¿Era este atraso parte del plan del golpe? Seguramente que sí y la comisión investigadora que ha acumulado miles de videos de ese nefasto seis de enero, documentos incriminatorios e interrogado bajo juramento a más de 300 personas cercanas a Donald Trump y a los cerebros del intento de golpe, están llegando a la conclusión de que SI hubo un plan maestro acuñado en precisas etapas.
De acuerdo al plan maestro y una vez controlado el Congreso, secuestrado el vicepresidente Pence, desaparecida la líder demócrata Nancy Pelosi, el presidente del Senado y otros congresistas, se iniciaría la fase “C” del golpe de estado.
Trump que nunca participó en la marcha se mantenía encerrado en la Casa Blanca protegido al igual que Stone y Banner por los siniestros tercios racistas: The Proud Boys, ridículos defensores de la raza aria y los “Oath Keepers” otros de los auto denominados “patriotas,” integrado por matones y algunos ex miembros de la policía y del ejército.
En el cuarto piso de un hotel funcionaba el comando central de la revuelta cuyos miembros han sido ya identificados.
Trump recibiría una llamada desde el Congreso para que se presentara al Palacio de la Legislatura, y como parte de la siniestra comedia, Trump anunciaría que debido al robo de su elección, extendería “a petición del pueblo” su presidencia por tiempo indefinido hasta “agotar” todos los medios para confirmar el supuesto asalto a la democracia y asumir a la fuerza una presidencia que gobernaría por decreto.
Desde las sombras y como sanguijuelas aparecerían Steve Banner, Ted Cruz, sus hijos Donald Trump Jr. y su hija Ivanka, para colaborar con el gobierno de facto.
Internacionalmente este gobierno autocrático recibiría el apoyo y reconocimiento de Rusia, los Emiratos Árabes, Brasil y de otros presidentes -mestizos domesticados- de América Latina.
Lo que sucedería después de que Trump jurara el 20 de enero de 2020 cómo presidente, es previsible en una nación donde de una forma violenta habría dejado de existir la democracia y comenzarían una serie de acelerados sucesos.
El cierre del Congreso de los Estados Unidos, el encarcelamiento de lideres demócratas y de algunos republicanos acusados de conspiradores para robar la supuesta elección de Trump, la desaparición, la persecución de lideres sindicales, la abolición del sistema electoral, la censura absoluta de la prensa, la abolición de los partidos políticos, y el cierre de fronteras.
La segunda presidencia de Trump reprimiría con violencia manifestaciones y protestas en su contra y después de un año, Los Estados Unidos se uniría a los regímenes autocráticos del mundo.
Este seis de enero se debe rogar por las víctimas del infructuoso intento de golpe, saludar a los héroes de esa triste jornada sin igual en la historia de los Estados Unidos y entender que detrás de Trump, hay una fuerza racista activa y capaz de desarrollar otros planes para socavar la democracia.
Este seis de enero a las seis de la tarde se llevó a cabo una demostración en frente de la municipalidad de West Hartford para rememorar el día en que casi naufragó la democracia. ¿El mensaje? Permanecer en estado de alerta.