Pregunta:
Tía Julita:
En primer lugarcito deseo que tenga un excelente día de Acción de Gracias y también le envío de manera anticipadita mi agradecimiento puis. Estoy segura de que adivina de antemano de por qué le escribo con respecto a este embrollo que me está afectando profundamente el cerebro y el músculo cardiaco, vulgarmente llamado en el Walmart “el motorcito.”
Necesito tener una opinión objetiva de alguien con experiencia como usted que ya pasó de los sesenta, según me contó una amiga en el famoso restaurante El Vericueto Mordaz en el Green.
Para darle un indicio de este lío que me tiene más asustada que monjita con atraso; debo decirle que el dilema es el siguiente: o me doblego, me sacrifico y mantengo mi trabajo full-time, o me hago la fuerte y me mandan pa’rápido a la oficina del desempleo. ¿Me expliqué? Si entendió, vamos bien.
Yo era feliz trabajando en esta empresa en Bridgeport y mi futuro se veía esplendoroso ya que agarraba comisiones y me daban bonos, que sin ser tan jugosos no vienen mal en estos tiempos de crisis cuando las cosas están tan caras y el precio de la gasolina por culpa de los árabes y las compañías estadounidenses que sobrecargan los precios con la excusa del barco que se trancó en el Canal de Suez y el pasado eclipse lunar, subirá a $5.50 la regular. ¡Oh Dios!
Yo estoy aun soltera y según mis amigos me veo saludable y atractiva ya que tengo una figura perfilada, un rostro exótico, un cabello negro azabache y mis ojos son verdes como el mar del Caribe. Lo que sucede es que mi mamita es boliviana y se casó con un señor alemán de Santa Cruz y yo soy una mestiza interesante.
Todo cambió cuando mi jefe que era un caballero muy justo pero que en el trato hacia nosotros era más seco que la toalla de Stephen Bannon, decidió retirarse y fue reemplazado por una señorona que desde el primer día nos las puso difícil ya que nos hablaba con un tono altanero, soberbio, pedante, presuntuoso y desagradable.
Por ese motivo fue para mí una gran sorpresa que comenzara a tratarme con extremada gentileza y cortesías curiosas. Por ejemplo, me abría la puerta cuando salíamos a almorzar y en el ascensor me dejaba salir primero. Al principio no le había dado importancia a la cosa, pero poco a poco se puso con más y más atenciones llamando la atención de mis compañeros de trabajo. Se lo conté a Margarito que es mi mejor amigo en el condo, pero más inútil que una bocina de avión y me dio un “la.”
Un viernes la jefa me invitó a un club y aunque una voz interior me decía “no vayas salmona, no vayas,” me sentí segura y la acompañé a uno en New Haven donde el alcalde es tan flaco como el de Hartford. Como estábamos muy entusiasmadas debido a unas Margaritas; comenzamos a bailar una bachata y repentinamente me encontré entre sus brazos que me apretaban con una fuerza más semejante a la de un hombre que a la de una fémina. Como pude me deshice del apretón, miré la hora y le dije que al día siguiente tenía que ir de viaje a Nueva York.
Como ya me di cuenta por donde venía el tiro, comencé a sacarle el cuerpo y ya no salía con ella a almorzar ni menos a darnos unos palos los viernes.
Pasó como una semana y repentinamente vino el cambio. Un lunes me llamó a su oficina y en forma estrujada me dejó caer la gota fría diciendo que mi trabajo dejaba mucho que desear y que había encontrado varias fallas en el sistema de facturas computarizadas. Dos días después me envió un memorando en el que me informaba acerca de la posibilidad de una restructuración interna de la oficina que me bajaría de categoría y salario. Lo raro fue que el martes me preguntó si quería saborear el pavo con ella y si me gustaba el cogote. ¿Cómo la ve?
Todo esto me tiene desmoralizada ya que si entablo nuevamente una amistad con ella las cosas cambiarían, pero yo no tengo sus costumbres ya que no me gusta la carne de burra. ¿Qué cree usted que podría hacer? ¿Debería renunciar? ¿Llamo a un abogado del patio cuya primera consulta es gratis?
Gracias desde ya por sus consejos y cuídese de la variante.
Eliana
Respuesta
Eli,
Veo que te has metido en un zapato chino, aunque todo este rollo no es necesariamente tu culpa, sino que de una persona que está cometiendo el flagrante delito de acoso sexual. Noto que estás tan estresada como un reportero de la paginita policial del Hartford Courant que cada semana trae menos páginas y los sábados ¡cobran $5.50 por una copia!
Sin embargo y en confianza, te culpo también a ti por aceptar familiaridades con una jefa, y no me digas que no sabías hacia donde iba el tren ya que a mi no se me escapan las tortugas. Mija, es muy inusual que una jefa o jefe te envíe una flor los días lunes y que tenga esas cortesías que más parecen las de un macho bien educado, que la de una descendiente de nuestra madre Eva que según cuentan le tenía alergia a la ropa.
Tradicionalmente se piensa que en el acoso sexual los protagonistas de este lío son el jefe hacia una subordinada, o de una jefa hacia su subordinado como sucedió en el municipio de Hartford. En tu caso, el acoso es de parte de una mujer hacia otra mujer, pero no te sorprendas porque así se dan las cosas hoy día y con todos los terremotos, inundaciones, los derrames de petróleo, y los escándalos de la pedofilia, muchos piensan que el mundo se está yendo a ajuste.
Lamentablemente, no sé si trabajas en una compañía de seguros, una clínica psiquiátrica, en una empresa que alquila vehículos, una funeraria, una oficina para pagar fianzas o en una oficina de bienes raíces. De saberlo y sin ser averiguada te podría aconsejar mejor.
De todas maneras, sea cual sea la empresa, las leyes del estado de Connecticut en contra del acoso sexual son claras, te protegen y pienso que tienes un buen caso. Averigua si en la empresa donde te ganas las habichuelas hay una oficina de Relaciones Laborales o un sindicato, y mañana mismo te haces asesorar con respecto a tu problema.
De todos modos y para ilustrarle a esta señora que no se equivoque, dile a tu amigo Margarito que se deje crecer la barba, camine y se siente como hombre, se ponga una gafas oscuras y el próximo viernes te vaya a buscar a la oficina llevándote un ramo de rosas rojas que por supuesto la compras tú porque todo esto es solamente para la foto. Que Margarito saque una voz ronca y cuando te vea, te de un beso resonante, te eche el brazo por la cintura y se van como dos tortolitos. También, y si esto te está traumando haz una cita en una clínica de salud mental para que te relajes y quede esto como antecedente del daño emocional del coso.
El lunes le pides una audiencia a la jefa y le dices que está cometiendo un grave error. Tarta de grabarle la conversa con el apps del celular.
Como me imagino que escribes en inglés, prepara entonces una declaración con todos los hechos, pero nuevamente te aconsejo habla con algún abogado que ahora sobran en todos partes y rigen nuestras vidas y las de los gobiernos.
En el futuro cuando un jefe o jefa comienzan con el jueguito de enviar florcitas, poemas, o pensamientos; los cortas pa’ rápido, te excusas con suma cortesía y así evitas hechos tan bochornosos como el que me consultas.
Para tu información Eli, yo no tengo cincuenta, sesenta ni estoy para el Medicare. Hay gente por allí mal intencionada que tienen la mala costumbre y por envidia de llevarse los periódicos de la competencia y que echan a rodar rumores. Como decía un amigo argentino, es que nunca faltan la babosa.
Suerte y espero puedas mantener tu chamba, tu salario y tu carrera. No se te ocurra compartir el Dia de Acción de Gracias con la jefa y que Margarito hago algo y cocine.
La Tía
Comentarios a los sabios consejos de la Tía.
Mi esposo es blanco, gordiflón y tiene ojos azules porque es de Utuado. Lamentablemente y después de la pandemia se me ha puesto vago para el trabajo. Mi hermano le informó que en estos momentos se necesitan urgentemente Santa Claus en las tiendas y que pagan a $200 la hora por gritar de vez en cuando ¡Oh, Oh, ¡Oh! Mi esposo alega que al estar sentado se cansa y no desea tener nenes en las rodillas porque le duelen. La tía tiene la razón por esto de una generación de gente que se han puesto más inútiles que un abanico de papel higiénico. María de Springfield.