Por Juan D. Brito
Hay una forma de protesta en el ámbito laboral denominada huelga y es un modo extremo de defensa de los trabajadores usada desde hace siglos y consistente simplemente en dejar de laborar y producir para los empleadores, dueños de haciendas, empresas o negocios comerciales.
Ese fue el conflicto acontecido el año pasado en la cadena de establecimientos comerciales Stop & Shop de la región de la Nueva Inglaterra exigiendo mejores salarios y beneficios. Recientemente hubo una huelga de enfermeras y personal de una residencia de adultos de la tercera edad en necesidad de asistencia diaria para personas que no pueden llevar a cabo tareas básicas de sobrevivencia. Los empleados no contaban con sus equipos de seguridad personal para lidiar con la posibilidad de infectarse con el Covi-19.
Otro paro de actividades fue un conflicto reciente de empleados de servicios de comidas rápidas denunciando magros salarios, ausencia absoluta de beneficios de salud, acoso e intimidación por parte de supervisores, ningún respeto por la antigüedad en el desempeño de empleos en cocinas o atendiendo público, entre otros abusos inaceptables.
Pero hay otro tipo de huelgas donde los empleados u obreros asisten a sus lugares de empleo, pero trabajan “marcando el paso” y a “media máquina.” Esta es también una forma de respuesta justa al conflicto, pero legalmente o por un contrato firmado por sus asociaciones sindicales; no pueden ausentarse de sus ocupaciones.
En los Estados Unidos el derecho a una huelga es reconocido con la excepción del gremio de los maestros y administradores quienes, si hacen efectivo un paro, pueden ser incluso encarcelados.
¿Pero qué sucede con las fuerzas policiales que durante las 24 horas del día y los 365 días del año lidian con las acciones ilegales de ladrones de vehículos, asaltantes, traficantes de drogas, sicarios, prostitutas, ladrones, asaltantes sexuales, asesinos o irresponsables que no trepidan en usar armas blancas o armas de fuego?
¿Qué sucedería en una ciudad donde los delincuentes no vean estos controles y puedan delinquir sin límites dando curso a sus bajos instintos?
¿Qué pasaría cuando en un hogar hay actos de violencia que ponen en peligro vidas en una familia, mujeres amas de casa?
La creciente ola de balaceras y delitos en Hartford ha sido atribuida en parte a un estado de desmoralización y temor de los uniformados quienes día a día arriesgan sus vidas expuestos a criminales que utilizan armas del mismo o mayor calibre que el de los revólveres reglamentarios de los agentes de la ley.
Cada ciudad es distinta y aunque la ciudadanía que trabaja y sobrevive durante estos confusos tiempos de pandemia y los serios problemas económicos lucha por resolver sus problemas; hay otros esperando desde las sombras la oportunidad de asaltar, intimidar y crear daño.
Frente a los excesos de los policías en algunas ciudades de los Estados Unidos donde se ha notado que la mayoría de las víctimas son afroamericanos o latinos; se habla de desbandar este cuerpo armado sin que haya quedado claro quienes reemplazarían a los que colaboran con su presencia y valentía para imponer la mantención el orden y la tranquilidad en vecindarios donde se han incrustados como pústulas los delincuentes y pandillas. Este es el caso de los Solidos en el sector de Frog Hollow que resurgen como hondos dominando edificios de departamentos e implantando su sistema de intimidación y acciones violentas.
Conversando con un uniformado que no desea dar su nombre por razones obvias, nos decía que lamentaba haber escogido la profesión de policía en la que se desempeña por más de diez años debido a la amenaza de demandas en su contra en casos de que tengan que usar sus armas de servicio o arrestar, y puedan ser acusados de abusadores inspirados por el asunto de raza.
“Realmente no me atrevo a exponer mi vida y el futuro de mi familia en un trabajo en el cual uno no sabe si va a regresar vivo o si te expulsan,” dijo Marc que recuerda como una oficial de la uniformada quien trataba de calmar a una mujer enloquecida recibió un corte con un cuchillo en la garganta que le comprometió la vena yugular. La pronta llegada de la ambulancia y el trabajo de los cirujanos le salvaron la vida, pero ella ya no es la misma.
“Cuando actuamos tratamos de seguir procedimientos, pero hay casos sorpresivos de sujetos con armas que saben muy bien como disparar y herir. ¡Es un campo de batalla!” dijo el entrevistado quien piensa postular al departamento de la policía de otra ciudad, o dedicarse a guardia de seguridad.
Difícil disyuntiva para las autoridades que saben el estado de caos e intimidación provocado por elementos antisociales armados en múltiples lugares de la ciudad pero que a la vez se sienten criticados por activistas y clérigos, pendientes a que no haya excesos provocados por el racismo que ahora paradojalmente se promueve desde los elevados escenarios de la ciudad de Washington.
El tráfico de armas ilegales y de municiones son en la actualidad un problema insoluble porque de acuerdo a un artículo de la Constitución, cualquier ciudadano puede portar armamento para su defensa. En el escenario actual y como fue el caso de un sujeto que con un permiso de portar pistolas aprovechaba esta ventaja para vender armas a pandilleros y drogadictos; el acto de prevenir es difícil, mas aun cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald John Trump esta haciendo un llamado para que grupos racistas y supremacistas se exhiban al público y se fotografíen con ametralladoras y rifles de combate.
Es posible entonces entender la frustración de los trabajadores uniformados que mantienen el orden público y su desmoralización ante posibles acusaciones de exceso.
El plan del alcalde Luke Bronin de crear un equipo de emergencia para prevenir crisis es positivo, pero requiere tiempo para implementarse. Por ahora, Hartford vive una situación nueva porque hay una huelga de brazos y pistolas caídas y los delincuentes lo saben y aumentan su maligna influencia para desgracia de los vecindarios donde familias inocentes sobreviven al terror impuesto por pandilleros.