NEW HAVEN.- Quien a mí me diga que en el área del Gran Condado de New Haven y en las otras ciudades del estado de Connecticut no pasa nada en asuntos migratorios, está muy equivocado.
Solamente hay que dar una vuelta y darle un vistazo a las calles y sectores por donde antes pululaban los latinos, para comprender que el movimiento de personas por esos lugares ha disminuido. La gente no se quiere dejar ver, porque muchos de ellos piensan que todo puede pasar; que en cualquier momento “La Migra” puede llegar.
Desde estas ventanas de una casa del “hill” de New Haven, inmigrantes mexicanos prestan guardia para evitar caer en manos de Inmigración (Foto Nando)
En los lugares en donde antes se apreciaba movimiento y vida, ahora solo se alcanzan a apreciar rostros presurosos, transeúntes solitarios y desconfiados, y la cotidianidad de los puertorriqueños, los afroamericanos y la gente de raza blanca, que nada tienen que temer.
Las noticias e imágenes desgarradoras que ofrecen la televisión y las redes sociales de las persecuciones y redadas en contra de los inmigrantes por las calles de Chicago, Washington, Portland, Memphis y otras ciudades, asustan a más de uno y hacen crecer la desconfianza pública en nuestras ciudades ante la potencial amenaza de redadas por parte de los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos; el temido ICE.
MEDIDAS DE PRECAUCION
Particularmente en New Haven y sus alrededores, se percibe una tensa calma por lo que pueda ocurrir en un determinado momento. Y a pesar de que muchas personas se han auto deportado (ya van más de millón y medio en todo el país), los que se han quedado, han decidido empezar a desarrollar estrategias para evitar ser detectados.
Un ejemplo de cómo se tratan de camuflar los inmigrantes entre el grueso de la población, se presentó la semana pasada en un popular establecimiento de ventas de celulares de Grand Avenue, del sector de Fair Haven, en New Haven.
Lo que sucedió fue que una señora de raza blanca se presentó en el negocio mencionado -cuya dirección y nombre no podemos mencionar-, para indagar por una batería de su teléfono móvil. El representante del local -que se encontraba solo en esos momentos-, no pudo contestar debidamente las preguntas que le hacia la dama en cuestión, por lo cual la instó a que regresara en otra ocasión para así ser atendida por el dueño del local.
Lo que antes eran arterias de flujo y movilización, ahora son calles desiertas, en donde solo la presencia de afroamericanos y blancos altera su cotidianidad.
Ante semejante disyuntiva, la clienta entonces optó por retirarse del lugar, medio frustrada, por la falta de comunicación con el dependiente, no sin antes preguntarle curiosamente por su lugar de procedencia. El empleado, un poco asustado y nervioso, apresuradamente le confesó ser puertorriqueño.
La mujer aquella, lo miró fijamente, y luego de analizarlo brevemente, procedió a decirle que él no sonaba como un boricua de verdad, que su acento no era ni medio parecido al que tienen los provenientes de “La Isla del Encanto”, porque ella -a pesar de ser americana-, interactuaba mucho con puertorriqueños, conociéndolos perfectamente.
El dependiente, al verse descubierto, inmediatamente le pidió excusas, dándole la razón. Medio asustado y confuso, le confesó que era oriundo de Ecuador, más precisamente de Quito.
Al observar su nerviosismo, la dama aquella optó mejor por abandonar el lugar, mientras el empleado del negocio la empezó a seguir con la mirada hasta que se le perdió de vista, muy arriba de arriba Grand Avenue. Cuando no la vio más, descansó.
El inmigrante aquel, le reveló más tarde a nuestra redacción que se había querido hacer pasar como puertorriqueño con la señora aquella, porque por momentos creyó que era un agente de Inmigración camuflado. “Es que era de raza blanca, muy bien vestida, y apareció de imprevisto. Eso me puso en guardia, porque a este negocio nunca llegan personas anglosajonas”, nos decía un poco asustado.
Como este dependiente, son muchos lo inmigrantes en el área de Fair Haven que no bajan la guardia, y que desconfían de todo lo que aparece y se mueve por las calles y negocios del sector conocido como el “centro latino” de la ciudad New Haven.
EN EL OTRO LADO DE LA CIUDAD
Un residente de la zona de Columbus Avenue, de New Haven, de origen mexicano y quien habita en uno de los pisos de una casona de tres familias del sector donde funciona la clínica “Cornell Scott Hill Health Center”, nos explicaba en un recorrido nuestro, la forma como han empezado a actuar y a cuidarse de “La Migras) los 19 inquilinos que habitan en la edificación.
“Desde que empezaron esas movidas de Trump, todos los miembros de las tres familias que vivimos en esta casa, empezamos a tomar medidas de precaución”, nos decía. “Primero que todo, ya no hacemos bulla como antes, ni ponemos nuestra música al volumen que estábamos acostumbrados. Mientras esto ocurre, mantenemos una vigilancia constante, diariamente, a través de las ventanas del segundo y tercer piso; y si alguien toca la puerta ¡NO LE ABRIMOS! Ahora pues, si es una amistad que llega de visita, primero que todo debe darnos un telefonazo con anticipación, para poder abrirle…”
El hombre que nos hablaba, un oriundo de Morelia, la capital del estado mexicano de Michoacán (y de quien por razone obvias no podemos publicar su nombre), reveló también que ya a las tiendas y supermercados de la ciudad los integrantes de las familias no van juntos. “¡No señor!, nos dijo: eso es cosa del pasado”. Según él, solo una persona de las casi veinte que ocupan los tres pisos -preferiblemente el de más escuela callejera-, sale a comprar los verduras y comestibles para cada una de las tres familias; labor que realiza después de las 6:00 p.m., tiempo en el cual “la Migra se queda dormida”, según sus cálculos.
El ciudadano michoacano nos confesó que tratan de no interactuar mucho con los blancos y la gente de raza negra, porque saben que “algunos de ellos no son confiables, y nos pueden llamar a Inmigración. Ya hemos oído casos de esos…”
EL COMERCIO AFECTADO
“Lo que está haciendo el presidente Donald Trump, nos está matando, lenta y paulatinamente”, nos confesaba el dueño de un popular restaurante latino del área, a quien fuimos a visitar. “Mire esto, señor periodista: es la una de la tarde, y solamente tengo una mesa ocupada…’
Y era verdad. Su establecimiento con capacidad para unos 60 comensales estaba completamente vacío en las horas del mediodía del martes pasado, 30 de septiembre, fecha en la cual realizábamos un reconocimiento por la ciudad. Su cara mostraba una gran preocupación. “El problema de nosotros los restaurantes latinos del área es que dependemos de los inmigrantes, y éstos no están saliendo a comer. No se quieren arriesgar”, remarcaba.
De la misma forma piensan los propietarios de talleres de carros usados, las agencias de remesas, las pequeñas tiendas, los supermercados, y demás negocios afectados por las políticas migratorias del presidente Donald Trump, que hacen daño a todos en general.
Todo cambió, de la noche a la mañana…