Uno de esos detalles aparentemente menores pero significativos de Estados Unidos es que celebramos “Labor Day”, el día del trabajo, y no el primero de mayo, día de los trabajadores.
El motivo de que esto sea así, como de costumbre, es una mezcla de historia y casualidad. El primero de mayo tiene sus orígenes en el movimiento socialista de finales del siglo XIX. Eligieron esa fecha para conmemorar la revuelta de Haymarket, una serie de manifestaciones en Chicago en 1886 que acabaron con disturbios, detenciones, y la condena a muerte (tras un juicio excepcionalmente dudoso) de cinco sindicalistas.
Las autoridades de la época, sin embargo, estaban preocupadas por la creciente militancia del movimiento obrero. Querían establecer un festivo oficial para reconocer su papel, pero con una fecha que careciera del valor simbólico del primero de mayo. Con esta premisa el congreso estableció, en 1894, que el primer lunes de septiembre fuera “el día del trabajo”.
Este matiz no debería ser pasado por alto al hablar de la crisis económica que hemos vivido este pasado año y de la recuperación económica que (esperemos) acaba de empezar. Estados Unidos no sólo es un país donde las desigualdades económicas entre ricos y pobres son extraordinariamente amplias, sino que además Connecticut es uno de los estados donde estas diferencias son más pronunciadas.
La pandemia, y la crisis económica posterior, han servido como un brutal recordatorio de esta realidad. Primero, porque el impacto de la crisis ha caído de forma desproporcionada sobre los trabajadores con menos ingresos, aquellos empleados en el sector servicios, en hoteles, restaurantes, tiendas, servicios de limpieza, con sueldos bajos, jornadas largas, y que no pueden llevarse el trabajo a casa. Estos trabajadores son, no hace falta decirlo, a menudo mujeres, latinos, afroamericanos, o inmigrantes. Para muchos de ellos, el 2020 fue un año en blanco, sin trabajo ni oportunidades.
Para algunos, sin embargo, el 2020 fue un año de trabajar con miedo, pero sin apenas reconocimiento. El año de la pandemia fue el año de los trabajadores esenciales, aquellos que se dedican a prestar servicios imprescindibles para la comunidad. Se habló mucho de reconocer su trabajo y el riesgo que estaban corriendo. De lo que se habló poco, sin embargo, fue sobre salarios dignos con una paga extra para compensar por el peligro de infección para ellos y sus familias.
Las desigualdades, por supuesto, han ido más allá. La pandemia ha sido mucho más peligrosa, y letal, para latinos y afroamericanos que para blancos. Y de fondo, tenemos el espectro del cambio climático, con sus impactos crecientes que también acaban cayendo sobre los mismos de siempre.
Se está hablando mucho sobre la “vuelta a la normalidad” tras COVID, como la recuperación debe permitirnos volver a esos tiempos felices del 2019. Esa “normalidad”, sin embargo, distaba mucho de ser remotamente aceptable. El dolor, el sufrimiento de nuestra comunidad en esta crisis no ha sido un accidente, sino la consecuencia de desigualdades ya existentes.
Porque, si algo hemos aprendido también este año, es que las cosas no tienen por qué seguir así; la pobreza y desigualdades son decisiones políticas. Lo vimos con los planes de estímulo aprobados por el congreso, con repetidas inyecciones de dinero a las familias trabajadoras que se habían quedado sin trabajo. Lo hemos visto con las moratorias de desahucios, o el plan de ayudas recién aprobado para familias con hijos.
Si queremos, podemos cambiar el país a mejor. Y la buena noticia es que tenemos la posibilidad de hacerlo. Esta semana un grupo de legisladores progresistas han presentado la agenda THRIVE en el congreso, un programa para impulsar una transición justa para los trabajadores y comunidades que han sufrido más durante la crisis. El presidente Biden también ha puesto sobre la mesa varios programas ambiciosos, cubriendo desde educación a economía sostenible.
Durante mucho tiempo, tanto en Connecticut como en Estados Unidos, nuestros líderes han puesto “el trabajo”, la economía, por delante de las personas que la sostienen. Este primero de mayo es hora de reclamar que somos trabajadores somos quienes cada día levantamos el país.
Llamemos a nuestros legisladores. Recordémosles que nuestras familias importan. Pidámosles que apoyen esta agenda, THRIVE, y que vuelvan a luchar por nuestros derechos.