Esta semana, el departamento que recauda los impuestos en el estado de Connecticut publicó un informe que ha pasado desapercibido, pero al que le deberíamos prestar mucha, mucha atención.
Ya sé que estaréis pensando. “Informe” e “impuestos” en una misma frase. Cielos santo, esta columna va a ser un santo aburrimiento, dónde está la sección de deportes. Antes de pasar la página, sin embargo, esperad un momento, porque lo que voy a contar es algo que debería indignarnos a todos.
El informe es lo que se llama un estudio de incidencia fiscal, que es la forma rebuscada que tienen los economistas para decir quién está pagando los impuestos. Utilizando datos del año 2019, los autores de este documento estudiaron cuántos impuestos locales y estatales pagan los contribuyentes del estado según su nivel de renta. Es decir, qué porcentaje de sus ingresos dedicaron a pagar impuestos, para saber qué clase de esfuerzo estamos pidiendo a cada clase social.
Los datos son francamente extraordinarios. Los contribuyentes que ganaron menos de $44,758 durante el 2019 destinaron, de media, un 26 por ciento de sus ingresos a pagar impuestos municipales y estatales. Mientras tanto, aquellos que tuvieron ingresos de $8,246,681 o más ese año (repito, para recalcar: más de ocho millones doscientos cuarenta y seis mil seiscientos ochenta y un dólares) pagaron, de media, un 6.6 de sus ingresos en impuestos.
Es decir: estimado lector, usted está pagando el triple o cuádruple en impuestos que alguien con ingresos multimillonarios.
Los datos, además, no se quedan aquí. El informe señala que dos tercios de la población en Connecticut recibe un solo un veinte por ciento de los ingresos totales que genera la economía. Así que no sólo estamos hablando de un sistema fiscal que básicamente se dedica a pegar una paliza a los que menos ganan, sino que además los que más tienen están ganando una cantidad absurda de dinero al mismo tiempo.
Y esperad, porque es aún peor. Si comparamos los datos de este informe con las cifras del informe anterior, del año 2011, el porcentaje que las familias trabajadoras y las clases medias pagan en impuestos ha aumentado, mientras que para los ricos ha disminuido ligeramente. Y las cifras serían, a buen seguro, aún más horrendas de lo que son ahora si los autores del estudio hubieran incluido una serie de impuestos que estaban en la versión interior (herencias, seguros, ventas de inmuebles y tasas sobre la factura eléctrica, de agua y gas) pero no fueron analizados en este.
Tenemos, entonces, lo que los economistas llaman un sistema fiscal regresivo, es decir, uno en que los más ricos pagan un porcentaje menor de sus ingresos que los más pobres. La pregunta es por qué.
Normalmente, al hablar de impuestos, nos fijamos en el impuesto sobre la renta, esa deducción que nos retiran del sueldo cada semana. Este es el impuesto más visible del sistema fiscal, y es progresivo; como más dinero ganas, mayor es el porcentaje de tus ingresos que debes pagar.
Por desgracia, este impuesto sólo cubre alrededor de un tercio de los ingresos del gobierno estatal y de los municipios. Los otros dos grandes tributos en Connecticut es el impuesto sobre ventas minoristas, que cubre sobre un 15 por ciento del gasto total, y los impuestos sobre la propiedad, o property taxes, del que dependen los municipios, y genera un 42 por ciento de los ingresos. Ambos son increíblemente regresivos, creando esta situación absurda en la que cuanto más pobre eres, más te toca pasar por caja.
Esto, por supuesto, tiene solución. Nada obliga a que la estructura fiscal del estado dependa de tributos que son así de injustos. De hecho, no hay nada que obligue a que el impuesto sobre la propiedad sea así de regresivo; lo único que hace que genere esta clase de resultados es que se cobre a nivel local, con los pueblos más ricos pagando impuestos más bajos. Los legisladores estatales pueden reformar este sistema por ley mañana mismo. Por desgracia, el gobernador Ned Lamont se opone a ello, y muchos demócratas moderados no están por la labor tampoco.
Deberían. Nuestro sistema fiscal que no reduce las desigualdades en el estado, sino que las aumenta. Es injustificable.