La gran contradicción de las elecciones del martes es que las encuestas acertaron, pero los resultados pillaron igualmente a todo el mundo por sorpresa.
Lo habitual de las elecciones de medio mandato es que el partido del presidente se lleve un revolcón considerable. De media, el partido en el poder suele perder algo más de siete puntos respecto a las presidenciales, produciendo un vuelvo en el congreso. Tras meses de elevada inflación y con un partido demócrata que a veces parece andar más perdido que nadie en este país, la expectativa de muchos es que los republicanos iban a tener una buena noche, recuperando ambas cámaras legislativas en Washington y ganando representación en Hartford.
Durante toda la campaña electoral, no obstante, había algo que no acababa de cuadrar. Para empezar, la recesión económica que muchos economistas predecían seguía sin hacer acto de presencia. La economía ha crecido a un buen ritmo durante toda la administración Biden, y el desempleo está en mínimos históricos. Segundo, los sondeos de opinión señalaron durante todo el verano que, aunque Biden no era demasiado popular, los demócratas seguían con un apoyo considerable en los sondeos. Algo no cuadraba.
Lo que vimos el martes, entonces, fue una lección de que uno nunca debe dejarse llevar por sus propias expectativas y mirar los datos. Los sondeos esta vez acertaron de pleno, y el partido demócrata tuvo una noche electoral mucho mejor de lo habitual en unas midterms. Aunque los resultados no son del todo finales, es muy posible que sea el mejor resultado para un presidente en décadas.
¿Qué ha sucedido? Para empezar, tenemos la realidad que, aunque la inflación es alta, la economía no va mal del todo. Los votantes son olvidadizos, pero no son estúpidos, y saben lo mal que estábamos hace dos años comparados con cómo estamos ahora. Segundo, aunque Joe Biden y los demócratas no son populares, Donald Trump y el partido republicano los son mucho menos. El expresidente genera un amplio rechazo en gran parte del electorado, en no poca medida porque el hombre intentó dar un golpe de estado al perder las últimas elecciones. Cuando Trump apoyaba a un candidato, ese gesto genera rechazo, no interés.
Tercero, y más importante, los demócratas han hecho las cosas bien. Esto es aplicable en Washington, con las leyes de cambio climático, infraestructuras, investigación y desarrollo, mejoras en la sanidad y recuperación económica, aunque bien es cierto que la timidez del partido ha dejado bastantes cosas a medias. Es, sin embargo, realmente aplicable en Connecticut, donde los demócratas han sacado adelante una serie de reformas y medidas de progreso ambiciosas y bien diseñadas, y han obtenido unos resultados fantásticos.
Los demócratas, además, han ganado bien. Hacía muchos, muchos años que las elecciones a gobernador no se decidían por una mayoría de dos dígitos. Ned Lamont lo ha hecho. Lo habitual en las elecciones de medio mandato es que la mayoría demócrata se reduzca o incluso pierdan una de las cámaras. No sólo eso no ha sucedido, sino que muchos, mucho, muchos candidatos progresistas han ganado con amplios márgenes.
Es más: si algo hemos aprendido de estos resultados electorales es que los candidatos que se presentaban con un mensaje netamente de izquierdas han acabado imponiéndose. Todos los legisladores o cargos electos que se presentaban a la reelección tras haber pedido y conseguido el apoyo del partido de las familias trabajadoras (es decir, los candidatos progresistas, y orgullosos de serlo) han ganado. Los políticos que se han plantado ante sus electores y han dicho alto y claro que quieren luchar por la igualdad de oportunidades, educación, salud, vivienda asequible, respetar a los trabajadores y la justicia social son los que mejores resultados han obtenido estas elecciones.
El mensaje para los demócratas, entonces, creo que es bastante claro: basta ya de esconderse. Basta ya de actuar con timidez, de negociar con ellos mismos y tener miedo de su propia sombra. Los votantes en Connecticut, y en el resto de Estados Unidos, quieren ver a políticos que ven un problema e intentan arreglarlo, poniendo el bienestar las familias trabajadoras como su principal prioridad.
Parece mentira que esto sea una lección para alguien, pero la política en este país a veces requiere repetir lo obvio. Haced algo. Actuad. Arreglad problemas. Ese es el mensaje.